Yo, en mi
infancia, era una persona muy loca, en el sentido de que era muy travieso. Un
día como otro cualquiera, mientras estaba en clase de matemáticas, se me acercó
mi amigo Diego (que se llamaba como yo) y se puso a hablar conmigo:
-
“Muchón”,
vamos al hospital –me dijo.
-
¿A
qué vamos a ir? –le pregunté.
-
A
coger mangos para comer.
-
Invitemos
a Jorge –le dije riéndome, ya que me hizo gracia la proposición.
Y los tres nos fuimos al hospital.
Cuando llegamos empezamos a coger
mangos, pero mientras lo hacíamos el vigilante nos vio. Asustados, empezamos a
correr por todo el hospital.
Intentando escapar del guarda de
seguridad que nos perseguía, llegamos hasta la tercera planta y nos escondimos,
pero Jorge asomó la cabeza y el vigilante nos vio, nos cogió, nos quitó los
mangos y amenazó con llamar a la policía.
Nosotros le rogamos que no lo hiciera
y, de tanto insistir, el vigilante se conmovió y nos dejó ir. Salimos rápido y
asustados (“jajaja”). Y desde entonces no me olvido de mis dos amigos: Diego y
Jorge. En especial de Diego, que en paz descanse.
Diego
Grado II-EPA Villabona
Un día, cuando era pequeña, la ama
nos mandó a la huerta a por una lechuga para cenar. Y como estaba oscuro porque
era de noche, nadie quería ir. Nos mandó a las dos hermanas. Mi hermana mayor,
después de oscurecer, sola no iba a ningún sitio, porque era muy miedosa, y
aquel día iba yo delante, aunque era la pequeña, y ella por detrás.
A la vuelta del
caserío teníamos unas metas de helecho y al pasar por allí después de coger la
lechuga yo, siendo un poco mala, le grité: ¡ahí viene! Y coincidió que en ese
momento salió de entre las metas el perro de la casa.
Mi hermana
llegó a casa llorando y gritando. Salieron nuestros padres a ver qué pasaba y
la bronca, claro, fue para mí.
Rosario
Grado II-EPA Villabona
Estaba yo
tranquilamente en la estación de Alegui cuando sonó el teléfono. Era mi hija
diciéndome que tenía una sorpresa.
En el
transcurso del viaje hasta Villabona, estaba ansiosa por ver cuál sería la
sorpresa.
Al llegar, vi a
mi hija con un bolso. Y de él salió un cachorrito de lo más bonito. ¡Cómo
cambiaría mi vida ese cachorrito! El primer día durmió con nosotras.
Han pasado
trece años, y ha sido el animal que más felicidad me ha hecho sentir. A veces
también angustia, pero es el único que no me deja ni me dejará hasta que le
falle la vida.
Doy gracias a Baraja, mi perro, que
es el que me quiere y me cuida sin pedir nada a cambio.
Jenny
Grado II-EPA Villabona
Tengo en mi
mente el recuerdo: siendo niños, y después de las vacaciones del colegio, los
amigos de la cuadrilla solíamos ir a jugar a fútbol a la playa.
Después de
un tiempo de estar jugando, recogíamos las ropas que habíamos dejado como
porterías, y las que teníamos también en los “corners” y, una vez recogido
todo, jugábamos con las olas, a ver quién planeaba más encima de la ola. Cuando
ya nos cansábamos de jugar con las olas, empezábamos a nadar hasta las gabarras
donde estaban los columpios y el trampolín. Yo, particularmente, me quedaba a
jugar con Juanito, que no sabía nadar, mientras jugábamos a tirarnos para pasar
por debajo de las olas.
Un día, se
nos acercó una señora que nos estaba observando y como vio que los amigos se
fueron al gabarrón, nos trajo dos flotadores para que nosotros también
fuéramos. Le dijimos que solo necesitábamos uno. Se lo puso Juanito y pudo ir
al trampolín. A la vuelta, todos regresamos juntos. Juanito se fue animando y,
en un momento dado, se quitó el flotador y agarrándose al hombro de los demás
consiguió nadar solo. Todavía hoy recuerdo la cara de felicidad que tenía
cuando llegó a la orilla. Y le agradecimos a la señora su gesto de dejarnos el
flotador.
José Luis
Grado II-EPA Villabona
De pequeños
éramos siete hermanos. Mi madre estaba un poco delicada de salud y no podía
atendernos debidamente, ni cuidarnos como ella quería, así que tomó una
determinación.
Había otra
familia en el pueblo, también muy numerosa, que pasaba muchas fatigas y no
podía alimentar a sus hijos como es debido. Así que un día mi madre habló con
esa familia proponiendo que, si ella quería, la hija mayor de esa familia podía
venir a nuestra casa a cuidarnos.
Esa chica se
llamaba Esperanza, era rubia y muy guapa. Sabía limpiar y planchar, pero no
sabía escribir.
Con los años se
hizo mayor de edad y se echó novio. Él se fue a hacer el servicio militar y le
escribía cartas, pero ella no las sabía leer tampoco. Así que mi madre, con
mucha paciencia, le enseño a leer y escribir y así pudieron comunicarse.
Ahora es una
mujer feliz que sabe trabajar en todo. Se casó, tuvo hijos y da gracias a Dios
porque ellos no han pasado las calamidades que ella pasó.
Santiago
Grado II-EPA Villabona
UN
TRISTE RECUERDO DE LA INFANCIA
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Cuando yo era
niña, en mi casa éramos seis hermanos. Todos muy pequeños, de uno a seis años
de edad. Y mi madre estaba embarazada.
Llegó el día en
el que otra vez iba a dar a luz y cuando ya se puso indispuesta avisaron al
médico, que se llamaba don José.
Mi madre ya
estaba de parto y mi abuela estaba con ella. Luego el médico se quedó con la
ama y a la abuela no le dejaron entrar en la habitación.
El médico
tardaba mucho. Y, al rato, salió corriendo de la habitación diciendo que había
que llevar a mi madre a la clínica, porque estaba muy mal.
En el parto, el
niño venía de nalgas. Y aunque el cuerpo del bebé salió, la cabeza estaba
dentro. De tanto tirar, el médico se quedó con el cuerpo del bebé en las manos.
Y a mi madre se le quedó dentro la cabeza del niño. Estuvo a punto de morirse.
Marina Sarasua
Grado II-EPA Villabona